Era 31 de Diciembre del 2012, estábamos a puertas de iniciar un nuevo año. Luego de estar peludo por motivos artísticos desde el 2011, era momento de volver a los orígenes, al cabello corto, a la cara sin barba; nada me iba a detener, estaba dispuesto a iniciar el 2013 con el rostro despejado y diez años menos encima.
Sin bañarme y tal cual desperté (vamos, me iba a bañar inmediatamente después de cortarme el cabello, palabra) me puse rápidamente lo primero que encontré y salí a la peluquería a la que suelo ir, a aquella en la que las guapas dependientas me denominan "el chico del teatro" (sin imaginarse que están atendiendo al legendario MaTT); el establecimiento estaba abierto, pero no estaban "mis chicas", sólo una nueva con cara de susto que me dijo que aquella que siempre me corta no estaba, volvería en dos horas, ni hablar, no tenía tanto tiempo. Volví a casa, como siempre tenía un plan.
Sabiendo que debía ir más lejos, me bañé y me puse algo más decente, caminé unas cuantas cuadras hasta llegar a mi lugar secreto para cuando falla mi lugar público; una vieja barbería, olvidada por el tiempo, donde un escuadrón de fígaros enfundados en guayaberas te hacen los dos únicos cortes que conocen: "corto" y "más corto". Me recibió un señor de estatura promedio con gesto noble y probablemente vasta experiencia en las lides capilares, sin siquiera dudarlo me invitó a sentarme en una de sus múltiples sillas rojas de barbero clásico, y mientras le explicaba los detalles del corte que quería me cubrió con una sábana blanca, blanquísima, impoluta, y echó mano de las tijeras para iniciar su labor.
Algo así, pero sin violaciones ni robo de menores de por medio.
Mi pedido era simple, emparejar, reducir, afeitar y lavar, la primera fase no fue complicada, tardó pocos minutos en dominar a la fiera mata de pelos que tengo por cabellera, no faltó mucho para pasar al afeitado (previa indicación mía para que no me haga aquel horrible emparejamiento que le hacen a todo el mundo en la nuca; ese que creo que es conocido como "clean cut"), es allí cuando empezó el horror mágico de la barbería.
Clean Cut: El corte ideal (si eres un SIM)
Primero reclinó la silla, mi tamaño me dejaba en una posición aún más vulnerable, pues mi cabeza se extendía más de lo planeado dejando mi cuello completamente expuesto a la merced del barbero, empecé a cuestionarme si el potente color rojo de la silla tenía algún motivo oculto, haber interpretado a Sweeney Todd ciertamente influyó en mi percepción del momento; él empezó a revolver el jabón en un tazón de cerámica y en mi mente comenzaban los acordes del "Pretty Women" del film (que, siendo sinceros, tenía más galanura que el de Broadway, aunque mucho menos impacto interpretativo), sentí el jabón en el rostro, pastoso, consistente, nada similar a la plasticidad inexplicable de la crema de afeitar de supermercado; la brocha pasaba por los contornos de mi boca, mi mentón, mi cuello; luego sacó la navaja, se tomó un momento para mostrármela, por seguridad o por sadismo, allí estaba, plateada, brillante, similar a aquella navaja de utilería con la que asesiné múltiples personas en las tablas, pero completamente verdadera.
A classy way to die.
Se acercó a mí, sentí el frío metal pegarse a mi piel y la canción ya iba a todo volumen en mi interior, por un momento me vi en tercera persona repitiendo la escena de la obra, esta vez yo en el rol de víctima y no en el de victimario, casi de forma imperceptible me moví adoptando el personaje que mi cerebro representaba, como si el espejo enorme que cubría toda la pared fuera un numeroso público, atento, expectante al desarrollo de la macabra escena. Un dolor punzante me invadió, abrí los ojos, un hilo de sangre corría profusamente por mi mejilla derecha, cerré los ojos, actué, la función debía continuar. El barbero proseguía su labor incólume, limpiando con una tela la navaja para quitarle el jabón luego de cada rasurada.
Me dio una señal, abrí los ojos justo cuando la canción que mi mente interpretaba había finalizado, terminó la escena, me miró satisfecho mientras seguía limpiando su navaja con aquel paño. Luego, y ya con menos histrionismo me afeitó el ralo bigote que me quedaba, bastaron dos rasuradas. Me secó con una toalla, y luego me aplicó algún alquímico ungüento que me causó un ardor indescriptible en la herida pero la curó de inmediato. Terminó su obra y siguió con su trabajo, me lavó el cabello, e imperturbable me pasó una factura por sus servicios.
Pagué complacido y lo miré, admirado de su noble oficio que en algún momento tuve la suerte de emular; le dije un "gracias" superficial que me respondió sonriente, probablemente sin tener idea que mis gracias eran sinceras, completamente legítimas; quedó allí, ignorante de la tremenda responsabilidad que requiere su trabajo, sin saber que mi agradecimiento se debía al hecho de continuar con vida a pesar de haber estado por extensos minutos con el cuello desprotegido, completamente vulnerable a un desconocido armado con una afiladísima navaja.
Quizá, en efecto, nunca imaginará siquiera que le confié mi existencia plena y que mi agradecimiento se debía a que él la había respetado y me había dejado vivir.
Tags: articulo, barbería, Sweeney Todd, corte, afeitada, clean cut, MaTT
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MaTT
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